Lo que no se ve, arquitectura de mínimos

Hay una parte de la reforma del Hotel que estamos llevando acabo, un proyecto dentro del conjunto, que ha sido especialmente amado y odiado desde el principio. Tras mucha indecisión en su gestación y en su capacidad de mejorar lo existente, apostamos por dar claridad a un espacio caótico mediante un gran paraguas de sombra que diese unidad al conjunto.

En un principio, se trataba de una estructura de cubrición que no necesitaba soportar grandes cargas (en este caso la gravedad estaba de nuestro lado) y por ello podíamos irnos a construcciones ligeras. Su lógica constructiva respondía a la necesidad de adaptarse a la malla estructural del edificio existente. Fue entonces cuando la naturaleza nos recordó que está por delante, que la fuerza del viento mandaba y que el recorrido del sol y sus sombras condicionaría  el diseño.  Así, nos vimos forzados a diseñar una megaestructura “invisible” de soporte que sujetase el enorme parasol cuando el viento soplase. Y decimos invisible porque a pesar de sus dimensiones es la parte que no se ve, la que de una forma camaleónica se camufla en su entorno y solo quienes lo hemos visto construir capa tras capa sabemos de su existencia y, casi cada semana, hemos visto un potencial proyecto distinto.

Consigues desafiar a las leyes de la gravedad, remallar y articular para que la distribución de cargas sea la más óptima y obtener como resultados perfiles mínimos casi inmateriales cuya vocación es pasar desapercibidos, no llamar la atención, no existir. Es entonces cuando te das cuenta que gracias a haber conseguido tu propósito de hacer desaparecer la estructura es verdaderamente complicado apoyarse o colgar nada en ella. Algo tan ligero como un textil, una pequeña luminaria o un ventilador no tienen lugar por donde agarrar. Cables de secciones mínimas diseñados cual comecocos para finalmente conseguir llevar la energía a esta arquitectura de mínimos.