El Hotel Jardines de Nivaria de los años 90 está lleno de jardines tropicales y piscinas en forma de riñón. En un espacio residual entre medianeras se coloca la nueva pieza de cierre. Un SPA volcado al interior, un templo para la relajación. La forma triangular del solar deja solamente una esquina para la fachada principal. Esta única fachada se concibe como una piel continua que se pliega hacia el interior marcando la entrada al edificio, donde grandes correderas de vidrio de suelo a techo y el pavimento de la plaza entrando en el volumen de la recepción enfatizan la conexión exterior-interior. En el centro, unos grandes muros interrumpidos por tres aberturas a modo de accesos configuran una habitación llena de agua. Su peso se cuestiona al conformar una ranura continua perimetral por donde desborda el agua (munich) pareciendo que los muros flotan en el aire. El silencio se consigue con un techo absorbente decorado con motivos de pinturas primitivas encontradas en cuevas canarias. Un patio a cielo abierto en continuidad con la piscina alberga los tratamientos de chorros. A las salas de masajes de la parte superior se accede por un cálido pasillo panelado de madera teñido por la intensa luz que dibuja los estrictos ritmos de las ventanas con vitas al jardín de cactus de la cubierta.